martes, febrero 22, 2011

paseo por la playa (1909, joaquín sorolla)

El viernes de la semana pasada, bueno, mejor dicho, hace diez días, hizo buen día aquí, en la capital del Reino. No fue un día de verano, pero sí que se aproximaba a los recuerdos primaverales que uno guarda en la memoria. Estuve paseando, poco importan las calles o los lugares. Y me senté en un banco, en una larga avenida. Junto a mí, compartiendo aquel asiento, un anciano con su perro [lo siento, soy malísimo para las razas de perros pero parecía un cocker]. Y ahí estábamos los tres. Sentados. Dejando que el sol nos calentara la cara. Y, estando ahí, no sé porqué extraña razón, qué curiosa relación establezco en mi cabeza... me sentí como si estuviese en una isla. Y estaba allí solo, en esa isla, que no tiene nombre y que, cuando no sé cómo denominar algo, llamo Catatonia, ese sitio en que los sueños y la realidad se mezclan, ese lugar al que acudimos cuando empezamos a dormirnos...


Mientras estuve en la Isla de Catatonia, en mis oídos, a través del emepetrés, Sinatra me cantaba “Moon River” y Van Morrison me iba susurrando eso del “Bright side of the road”... Podía ver las palmeras, la marea yéndose despacio para volver con nueva furia, toallas multicolores extendidas sobre la arena o en los hombros de paseantes y bañistas.... Incluso, sentí esa brisa que acariciaba mi cara y me impedía sofocarme. Nada era verdad, desde luego, todo producto de mi imaginación...


Quizás, la lástima, es que sólo haya ocurrido en Catatonia, que sólo fuese durante unos minutos, que no haya habido realmente ni playa, ni toallas, ni bañistas, ni marea, ni... sólo sol y brisa. Aunque, bien pensado, tal vez, es lo mejor. Que exista Catatonia, como isla, como montaña, como pueblo, como país, o península, o continente, o ... Que exista un lugar, donde los sueños y la realidad puedan mezclarse y, durante un ratito, podamos alcanzar cierto grado de felicidad. Desde luego, para mí, existe Catatonia, es real, con sus árboles, flores, nubes, playa y montaña, y tiene un castillo con princesa, príncipe, hada y hasta un dragón.



PD: ¿Cuál es ese lugar imaginario en el que te refugias? ¿Dónde se encuentra ese sitio en que rozas la felicidad? ¿Imaginario o real?

domingo, febrero 06, 2011

el húsar (1986, arturo pérez-reverte)

En uno de esos múltiples paseos solitarios que suelo hacer por la Villa y Corte, mirando hacia arriba, buscando no sé muy bien qué, si balcones poblados de plantas, si unos rayitos de sol, si una gárgola o una señora asomada a la ventana, y fijándome en los nombres de las calles, uno de ellos me hizo pensar. La calle era Juan Martínez El Empecinado. Hasta ahí nada extraño. Es más, vagamente, recordaba algo leído, quizás en los años escolares, o, tal vez fue escuchado en algún programada de radio o televisión, que fue uno de los guerrilleros que encabezaron la Guerra de la Independencia. Sin embargo, el apodo, mote, alias o sobrenombre, me hizo reflexionar. ¿Cómo fue este tipo para que le llamasen El Empecinado? Es más ¿cómo eran quienes así le apodaron? ¿Se habían afrancesado?


Quiero decir, suponiendo que eran campesinos, poco leídos y, prácticamente analfabetos... me resulta más sencillo, creer que le hubiesen llamado "El terco", "El testarudo", "El tozudo" o "El obstinado"... pero no, tenía que ser "El empecinado". He llegado a pensar que, tal vez, le decían... "- Juan, no seas así, no te empecines, que esta guerra está perdida.... no hagas locuras.... no te empecines, por favor...." Bueno, poco más o menos, pero aún así, consideraba que era algo forzado. Me resultaría más factible creer que le dijesen... "-Juan, no seas cabezón, que no, que los "franchutes" nos van a masacrar... déjate de tonterías y vuelve al campo...."


La explicación es más sencilla que mis conjeturas, mucho más fácil... Resulta que Juan Martínez nació en un pueblecito de la provincia de Valladolid, donde hay un riachuelo pequeñito y sus humedales, en las afueras de la localidad, han creado unas balsas de cieno negro que se denominan pecinas. de este modo, quienes nacían a las orillas de ese barro, en los pueblos de la comarca, les llamaban "empecinados", esto es, nacidos de un arroyuelo y de tierra oscura. Ésta es la historia real... pero no sé, creo que me gustaba más lo que me había inventado yo... bueno, al fin y al cabo, la imaginación es libre....



PD: ¿Alguna vez imaginaste algo que no era real? ¿Algo que tú dedujiste sin que nadie te dijera nada? ¿Supuso una decepción comprobar que la realidad era totalmente distinta a lo que habías pensado?

miércoles, febrero 02, 2011

que se llama soledad (1987, joaquín sabina)

Fue la semana pasada. Trato ahora de recordar el día exacto, pero no lo logro. Quizás fue el miércoles, o tal vez el martes... creo que el jueves no fue… Había terminado de preparar la cena. Me senté a la mesa. Dejé el plato sobre ella. Tenedor, cuchillo, servilleta, pan… la luz encendida y, sin embargo, ese día parecía más tenue, más débil, menos brillante. Iba descalzo por la casa. Bueno, con calcetines. Me senté. Empecé a cenar y sentí frío. Mucho frío. No venía provocado por los pies descubiertos, no. Era diferente de otro tipo. No tenía el ordenador que, en ocasiones, me acompaña a la hora de comer o cenar. Un libro. Recuerdo que había llevado el libro. Y las gafas, ésas que sólo me pongo cuando de acuerdo de utilizarlas, a pesar de que, tantas horas delante de la pantalla o frente a papeles y libros me aconsejarían usarlas con más frecuencia. Ahora no sé si el libro lo abrí o no. Creo que sí. O no. No sé…


Recuerdo que me detuve, que dejé de utilizar los cubiertos y que sentí más frío aún. Sentado delante de esa mesa, con la lámpara iluminando la sala, con la comida humeando en el plato… sentí frío. Miré a la ventana… ¿Quizás, inconsciente mente la había dejado abierta o mal cerrada? ¿Vendría de ahí ese aire gélido que notaba que me estaba abrazando? No. Cerrada. Bien cerrada. Me quité las gafas. Miré al frente. A esa silla vacía al otro lado del tablero. A la pared desnuda. A…


Y me di cuenta. En ese momento, con la cena a medio terminar, con el libro sobre la mesa, mientras sostenía cuchillo y tenedor. En ese momento. Lo entendí. Entendí el frío que me rodeaba. Entendí la luz que, paradojas, se iba volviendo más sombría. Entendí todo. El rompecabezas encajaba y todo tenía, de nuevo, un significado. Entendí la silla solitaria. Entendí la pared desierta. Lo entendí. En ese momento fui consciente. En ese instante lo advertí. La semana pasada, cenando, descalzo, en esa sala, me di cuenta que estaba solo….



PD: ¿Te has sentido alguna vez verdaderamente solo? ¿Has sentido ese frío que te envuelve? ¿Cómo lo combatiste?
martes, febrero 01, 2011

quiz show. el dilema (1994, robert redford)

Se me ha ocurrido hacer un experimento. No sé cuándo lo haré público… bueno, no lo sé aún, al menos al empezar a escribir estas líneas… Con un poco de suerte, al final de esta entrada quizás ya lo haya decidido. La idea es la siguiente. Quiero hacer una entrada comunal. Imagina que estás leyendo esto, pues bien, a ti, que has tenido la amabilidad de entrar en este cuaderno de bitácora, a ti que paseas la vista por estas palabras, a ti… te pido ayuda. Me gustaría que escribieses veinte, treinta, cuarenta palabras… las que quieras… Y que me las enviases al correo que aparece en mi perfil. No en los comentarios, al correo….


El tema no existe o, lo que es lo mismo, habla de lo que quieras. Cuéntame con tus palabras lo que quieras transmitir. El límite son el número de palabras que he dicho antes. La idea es, con esas colaboraciones crear una entrada congruente, mejor dicho, con esas frases escritas crear una entrada que aporte algo. Si falta texto hasta las trescientas cincuenta palabras habituales, me encargo yo de completar. Si, por el contrario [y eso me encantaría…], sobrasen palabras, ningún problema, esa entrada pasará de la cantidad acostumbrada. La ocasión creo que merece la pena. Vale, quizás pienses que estoy como una cabra.


Tuve esta idea hace unos días y pensé que podía utilizarlo para conmemorar algo, sin embargo, después creí que no era necesario un motivo extraordinario para hacerlo. Simplemente quiero intentarlo. Si sale, perfecto, genial, fantástico. Mi ego y yo te estaremos eternamente agradecidos por habernos ayudado. Si no participas, bueno, no pasa nada, seguramente, inventaré algo que, quizás, la próxima vez, te motive más. Esto para mí es un reto. La pregunta es… ¿lo es para ti, escribirme veinte o treinta palabras? O, tal vez podría preguntarte… ¿me ayudas a conseguir este reto que he creado? Al principio decía que no sabía cuándo publicaría. Bien, ya lo he decidido. Una semana. Dentro de una semana exacta. El martes que viene publicaré lo que haya recibido. O lo que no haya recibido.



PD: ¿Cómo te comportas ante un nuevo reto? ¿Lo meditas, afrontas sin pensarlo, dudas? ¿Te creas nuevos desafíos?

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