miércoles, marzo 30, 2011

el extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1886, robert louis stevenson)

Ven. Acércate. Siéntate. Aquí. A mi lado. Déjame que te cuente una historia, una fábula si lo prefieres, un cuento en definitiva. Trata sobre dos pícaros, sobre un par de pillos, una pareja de truhanes al fin y al cabo. Pongámosles nombre. Dime una letra. La que quieras. ¿La ge? Hmmmm… Está bien. Se llamarán… Gonzalo y… Ginés. Buenos nombres ¿no te parece? Son amigos, casi me atrevería a decir que buenos amigos. Y unos excelentes timadores. Desde luego, no son honrados, en ocasiones, ni tan siquiera el uno con el otro, pero son buenas personas. Lo que a mí me gusta llamar buena gente. Son la noche y el día, y, sin embargo, todo lo que les diferencia, es lo que les une.


Ginés es un ratero de poca monta, un trilero. Casi sin estudios, simpático y campechano. Se cree un Casanova [no sé porqué, pero me recuerda a José Álvarez “Juncal”] y, en ocasiones, se excede con la ingesta de alcohol. Gonzalo, por su parte, es todo lo contrario, un hombre de negocios, un estafador distinguido [con un aire a Arturo Valdés, pero más natural, menos forzado]. Culto, educado y sofisticado. Como te he dicho, son muy diferentes y, al mismo tiempo, son casi idénticos. En uno prevalece el lenguaje de la calle, el haber vivido a través de las experiencias; en el otro, prima la apariencia, la imagen, el que los demás no se enteren de la verdad. En ambos, fluye la idea de una vida mejor, sin trampas, sin escaramuzas… Son dos pero forman un uno. Seguramente entiendes lo que quiero decir. Son tan diferentes y tan complementarios, que son cara y cruz de la misma moneda. Antagonistas, pero inseparables.


En la vida de los dos se cruzan vivencias, personas, ciudades. Cada uno las ve e interpreta a su modo. Las experiencias, gentes y lugares son los mismos, pero cada cual los ve desde su prisma y ellos son interpretados en función de lo que muestran y esconden. Ginés y Gonzalo son nobles, de buen corazón, con sus defectos y virtudes… En el fondo, Gonzalo y Ginés componen mi yo. Tu tú…



PD: ¿Has sentido alguna vez ser dos personas diferentes? ¿Qué te comportabas como si no fueses tú y que te resultase natural? ¿Soy el único que siendo zen, en, ocasiones estallo como un energúmeno?

viernes, marzo 25, 2011

el camarada perdido (????, gustave henry mosler)

El otro día me di cuenta. Notaba que faltaba algo, pero no sabía acertar con qué era. Era esa sensación que te abraza, que te inunda, que la sientes muy dentro y, sin embargo, no eres capaz de encontrar, de discernir el motivo. En este caso, uno sabe que es por la ausencia de algo, por su inexistencia, pero no logra averiguar de qué se trata, hasta que, de pronto, cruza esa imagen por la imaginación y lo ve todo claro. Las brumas mentales se despejan y se vislumbra el camino de baldosas amarillas que lleva hasta esa idea perdida y no encontrada, hasta esa ocurrencia que sólo estaba difuminada y que en ese preciso momento comienza a verse diáfana.


Y ahora lo veo claro y nítido. Veo, paseando por la calle de cualquier ciudad o pueblo, contenedores donde depositar el cartón, el papel, el vidrio, los restos de comida, el plástico… incluso, donde dejar ropas que ya no usaremos… pero echo de menos la presencia de contenedores de tristeza. No tenemos contenedores de tristeza. No hemos sido capaces de crear unos recipientes en los que arrojar aquello que no queremos, que nos sobra, que nos daña… No hemos creado nada donde poder deshacernos de la pena, el desconsuelo, la aflicción, la amargura, la melancolía, la pesadumbre, el pesar, el quebranto, la tribulación, la desdicha o la nostalgia...


Le doy vueltas al tema y [forzando un poquito] me planteo cómo será nuestra evolución si no hemos sido lo suficientemente inteligentes como para crear un depósito en que acumular congojas, desconsuelos, abatimientos, angustias, desolaciones, ahogos, desesperaciones, desánimos, pesimismos, melancolías, morriñas, añoranzas... para poder reciclar todos estos sentimientos y darle nuevos usos, nuevas aplicaciones. Sí, lo sé... no pido una desaparición total y completa de la tristeza. En el fondo es lo que equilibra a nuestras alegrías, venturas y satisfacciones y lo ideal es punto medio. Acepto todo eso, pero... tengo la sensación que los momentos de “felicidad” son más cortitos y los aprovechamos menos que los de “infelicidad” que se nos hacen eternos y nos duelen más....



PD: ¿Cuál es tu solución cuando estás triste? ¿En qué o en quién te refugias? ¿Cuánto dura esa sensación?

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