lunes, enero 15, 2007

la vuelta al mundo en 80 días (1873, julio verne)

Me gustan las estaciones de autobuses. También las de trenes, las de metro.... En general, me gustan las estaciones. En el fondo, lo que me gusta es observar a la gente. Ver sus expresiones, sus reacciones, cómo visten. Me gusta imaginar qué hacen, qué van a hacer, qué han hecho. Saber el por qué han llegado hasta ese mismo sitio. Sí, lo sé, soy un poco voyeur. Bueno, es una forma políticamente correcta de decir que soy un cotilla. Lo sé y lo asumo. Todo esto viene a cuento porque el otro día desayuné en la estación de autobuses de mi pueblo.

Nada del otro mundo, ni tan siquiera algo económico. Fueron las circunstancias. Coincidieron situación, momento y oportunidad. Un café. Con hielos. Por favor. Gracias. Busqué un lugar desde el que poder observar. Bueno, eso no es cierto. En realidad lo que me gusta es que mi espalda tenga detrás una pared, pero por el diseño de la cafetería, esto me permitía ver quien estaba allí, quien entraba, quien salía, ... Distintas personas en las pocas mesas del lugar. Una de ellas llamó mi atención. En el resto, nada especial. Un hombre durmiendo apoyado en la mesa junto a una taza vacía de café (me temo que el alcohol le venció). Una pareja haciendo tiempo para coger un autobús (creo que era un desplazamiento largo, o al menos, esa fue mi sensación). Otra pareja de sudamericanos, cuya primera sensación fue que tomarían un autobús, aunque luego dudé y quizás fuese un sitio tan bueno como otro cualquiera (y abierto) para desayunar. En las demás, nada especial.

La que centró mi curiosidad estaba rodeada por tres personas. Una chica y dos chico. Ellos sudamericanos (no sería capaz de acertar de dónde). Ella no parecía que fuese del otro lado del charco, aunque quizás me equivoque. Tomaban unos cubatas. Concretamente la segunda ronda. Creo que la noche se había hecho larga. El chico que me daba la espalda se besaba con la chica, mientras el otro seguía hablando. De hecho, parecía molesto porque ella le arrebataba interés que su amigo pudiera tener en sus palabras. No sé, quizás hubieran conocido a la chica ese mismo día. Tal vez no. No lo sé. Pero, de pronto, ella comenzó a hablar sobre el ácido úrico y la gota. Pagué y me fui. Ahí los dejé. Entre cubatas y cigarrillos. Hablando de lo divino, y posiblemente, también de lo humano.


PD: ¿Por qué a todos nos gusta saber cosas de los demás? ¿Por qué nos gusta tener todos los datos de todos? ¿En el fondo somos todos un poco voyeur? No sé, imagino que sí. Debe ser inherente al ser humano. O puede que sea culpa del Corte Inglés, aunque aún no se cómo lo han hecho.

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