
Ir ahí suponía sinónimo de fiesta o celebración o simplemente que había algo que nos empujaba a entrar, a pedir a la anciana señora que nos trajese unas tazas de ese chocolate espeso, humeante, delicioso. Era (y creo que sigue siendo) la única chocolatería de mi pueblo. Cerraba los domingos por la tarde, pero todas las tardes, principalmente la de los sábados, estaba a rebosar, repleto de señoras que ya no cumplirían los cincuenta, cotorreando. Es curioso, estoy acordándome de tardes fías de invierno, con las orejas y la nariz ateridas, en las que entrábamos y casi inmediatamente desaparecía el frío y una sonrisa brillaba en nuestros rostros. Sabíamos que comeríamos chocolate con churros. El servicio se encontraba tras unas angostas escaleras en la planta de arriba, antes también se utilizaba, ahora creo que ya no. Las escaleras las tapaba un biombo de acordeón, de esos de lugar de postín.
Todo esto me está haciendo darme cuenta que hace mucho que no voy. Que paso todos los días por delante, que miro a través del escaparate y no entro. De niño siempre me pregunté por la sensación de desayunar ese chocolate con churros ahí, sentado, sin nada de lo que preocuparse. Creo que debo volver. Un día de estos vuelvo a entrar.
PD: ¿Cuántas cosas que hacíamos de niños ya no hacemos? ¿Cuántas de todas ellas nos gustaría volver a hacer? Creo que necesito una lista. De momento lo apunto. Chocolate con churros ....
0 ingredientes:
Publicar un comentario