
Quiero hablar de la ternura, de la inocencia que desprendemos cuando apenas levantamos unos palmos del suelo y lo felices que somos. De que cuando somos pequeños, todo se ve de colores. De maravillosos, vivos y brillantes colores. Sin matices, sin tonalidades. Lo verde es verde. Lo rojo, rojo. Lo amarillo, amarillo…. No hay ni claros ni oscuros (y menos, ¡claro está! colores imposibles como el rosa palo o el naranja salmón). De que la vida discurre entre risas, juegos, algún berrinche y mucho cariño. Cariño que todo el mundo nos da. Nos lo regala sin esperar nada más que nuestra mejor sonrisa. Y nosotros, sabedores de ello (que somos niños, pero no tontos), cumplimos. Una risa, una carcajada es acogida con una mirada de agradecimiento por nuestro receptor.
Quiero hablar de la falta de responsabilidades, de la ausencia de decisiones, de la magnífica ignorancia que nos rodea y nos da igual. De los plácidos sueños, de las golosinas regaladas, de los besos dados y recibidos, de … Quiero hablar de correr tras las palomas tratando de alcanzarlas, del jersey que nos ponen cuando estamos sudando después de jugar, porque madre tiene miedo de que te enfríes, de beber agua de una fuente como si fuese la última vez.
Quiero hablar de muchas cosas, pero ya será otro día, que hoy se me acaba el espacio, aunque guardo muchas palabras.
PD: ¿Cuándo perdimos la inocencia? ¿Cuándo dejamos de ser niños para convertirnos en adultos? ¿Recuerdas a esa criatura dentro de ti? Confesaré algo. Sigo siendo un niño, algo mayor con alguna cana escondida, pero tengo suerte y aún me parezco (y lo que es mejor) me reconozco en el niño de la foto.
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