Bueno, me estoy desviando un poco. Alguna vez quise ser Elliot. Quise tener un bosque cerca de casa. Quise explorarlo de noche. Y quise encontrarme a una extraña, tímida y sensible criatura que se esconde furtivamente y observa su entorno con dos ojos enormes y aterrados. Quise que no fuera un animal, que no fuera humano. Quise que ese ser extraordinario hubiera llegado, sin duda, de algún lugar exterior y se hubiera perdido en la Tierra. Que fuera inofensivo y tuviera miedo. Quise poder llevármelo a casa. Quise que entre ambos naciera una solidaria relación de amistad que unirá su mente y sentidos más allá de lo físico.
Hace 25 años, quise poder enseñarle también a hablar. Quise que aprendiera a decir, o mejor, poderle escuchar por vez primera pronunciar "Mi casssa, teléfono". Porque hace un cuarto de siglo, tal día como hoy, apareció en nuestras vidas, la inocencia del extraterrestre de piel rugosa y dedo incandescente que insistía en usar el teléfono para llamar a su casa. Hace ese mismo tiempo, lloramos al verle harinoso y lleno de cables sobre la mesa de los especialistas norteamericanos en fenómenos OVNI. Nos enfrentamos a uno de los mayores dramas en el cine desde la muerte de la madre de Bambi, pero afortunadamente también muchos descubrimos en esos minutos terribles que en el cine infantil los buenos raramente mueren.
PD: ¿Tuviste un amigo imaginario? ¿Has soñado con lugares imposibles? ¿Con vidas imaginarias? ¿Con volar? Cuéntamelo. Quizás tú, como yo, espero, algún día conozcamos a Peter Pan.
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