
Ahora, sólo piensa en Manuel, en su Manolo. Últimamente solía repetir "¡Qué ganas tengo de que llegue octubre para dejar de torear!", pero aún estamos en agosto. Doña Angustias no sabe nada y lo sabe todo. Tiene un pálpito, algo no va bien. En su mente, aparecen imágenes de Manolo siendo niño. Imágenes de una época en la que no tenían recursos, imágenes de estrechez económica, de hambre disimulada, de comida escasa y de ropa zurcida. Una lágrima resbala por su mejilla, mientras sus ojos miran y, al mismo tiempo, no ven. Suena de nuevo el teléfono. Apenas han pasado cuarenta y cinco minutos. Ya no reconoce la voz, tampoco le importa. Lo inquietante es el mensaje. “Parece que hay complicaciones”. El corazón le da un vuelco.
Empieza a sentir la pérdida del hijo. Manolo se va. Las entrañas se le desgarran por dentro. Está llorando. También salen lágrimas de sus ojos. En su interior sabe lo que está ocurriendo. No vivirá el Cuarto Califa del Toreo. Se va el ídolo. Desaparece el torero. Muere Manuel. Faltará el hijo. Distintas emociones recorren su cuerpo. Rabia. Dolor. Cariño. Ternura. Sufrimiento. Falta media hora para la medianoche. El empresario “Chopera” les ofrece su vehículo para ir a ver a Manuel. Se monta, pero sabe que ya no volverá a ver con vida a Manuel Laureano Rodríguez Sánchez. No volverá a ver vivo a Manolete. Ya no verá a su hijo.
PD: ¿Existirá algo peor que enterrar a un hijo? ¿Será posible sanar alguna vez ese dolor? ¿Cuántos recuerdos felices se agolpan e impiden la curación?
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