miércoles, agosto 29, 2007

la suerte o la muerte. poema del toreo (1963, gerardo diego)

Madre, yo ya me voy del toreo, porque el toreo lo he puesto difícil hasta para mí mismo”. Esas palabras comienzan a repetirse en la cabeza de doña Angustias. Las pronunció Manuel hace un año, en uno de esos regresos que hacía a casa, cuando los festejos se lo permitían. Acaba de colgar el teléfono. No era Manuel, no. Ya no sabe si la voz que se escuchaba era la de Guillermo o la de Chimo, sus mozos de espadas. Dice que Manolo ha sido cogido, pero que no es grave. Nervios. Tensión. Una mano aprieta un pañuelo. La mirada perdida pasea, mirando sin ver, por la habitación. Su hija Teresa, y sus nietas Lola, Encarna y Rafaela la miran. No dicen nada. Entienden. Es un día de verano en San Sebastián. Esta llamada ha cambiado el ambiente. La brisa se ha convertido en un aire gélido. Un sudor frío comienza a aparecer en su frente. Lo nota. Lo siente. Es incapaz de dar un paso. No sabe nada y lo sabe todo.

Ahora, sólo piensa en Manuel, en su Manolo. Últimamente solía repetir "¡Qué ganas tengo de que llegue octubre para dejar de torear!", pero aún estamos en agosto. Doña Angustias no sabe nada y lo sabe todo. Tiene un pálpito, algo no va bien. En su mente, aparecen imágenes de Manolo siendo niño. Imágenes de una época en la que no tenían recursos, imágenes de estrechez económica, de hambre disimulada, de comida escasa y de ropa zurcida. Una lágrima resbala por su mejilla, mientras sus ojos miran y, al mismo tiempo, no ven. Suena de nuevo el teléfono. Apenas han pasado cuarenta y cinco minutos. Ya no reconoce la voz, tampoco le importa. Lo inquietante es el mensaje. “Parece que hay complicaciones”. El corazón le da un vuelco.

Empieza a sentir la pérdida del hijo. Manolo se va. Las entrañas se le desgarran por dentro. Está llorando. También salen lágrimas de sus ojos. En su interior sabe lo que está ocurriendo. No vivirá el Cuarto Califa del Toreo. Se va el ídolo. Desaparece el torero. Muere Manuel. Faltará el hijo. Distintas emociones recorren su cuerpo. Rabia. Dolor. Cariño. Ternura. Sufrimiento. Falta media hora para la medianoche. El empresario “Chopera” les ofrece su vehículo para ir a ver a Manuel. Se monta, pero sabe que ya no volverá a ver con vida a Manuel Laureano Rodríguez Sánchez. No volverá a ver vivo a Manolete. Ya no verá a su hijo.


PD: ¿Existirá algo peor que enterrar a un hijo? ¿Será posible sanar alguna vez ese dolor? ¿Cuántos recuerdos felices se agolpan e impiden la curación?

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