martes, agosto 28, 2007

manolete (1997, eduardo arroyo)

Linares. Provincia de Jaén. Calor sofocante. 16:45 horas. Diez mil quinientas personas abarrotan la plaza. Llena y expectante. El matador y su cuadrilla hacen aparición en el ruedo. Junto a ellos, Rafael Vega "Gitanillo de Triana" y Luis Miguel Dominguín. Ganadería de Miura. El Maestro, de malva y plata. Quinto toro. Negro bragado. Casi quinientos kilos. Tambores y timbales lo anuncian. Su nombre, “Islero”. El diestro hace una elegante faena. Cada vez que “Islero” llega a la carrera con la velocidad del huracán, el torero lo frena sin más armas que el trapo rojo. La inconcebible fuerza, el huracán negro, pasa rozando el cuerpo del hombrecito lentamente, tan lenta y tan dolorosamente que diez mil hombres tenían tiempo de asomarse al pozo sin fondo de la muerte. Una trompeta anuncia el acto de matar. Manolete saluda al público girando en redondo con un gesto melancólico. Era la hora. El estoque refulge bajo el sol. La orquesta guarda silencio. Un sagrado recogimiento estremece al público. Algún idiota tose en los tendidos de sombra. Manolete espera. Silencio. Suspenso. La brisa de la tarde se detiene, temerosa, detrás de los burladeros.

“El Monstruo” entra a matar lentamente, demasiado lentamente y, cuando la espada está en el aire, en un segundo negro, el astado levanta la cabeza y, como un rayo, introduce el pitón derecho en el muslo del torero, al tiempo que el acero se hunde en el morrillo del animal. El público grita espantado por la terrible cogida del ídolo que se queja amargamente mientras es conducido a la enfermería. A pesar de todo, le premian con las dos orejas y el rabo. El propio Manuel es consciente de lo que pasa. Dos comentarios lo delatan. "De verdad Islero quería que yo le acompañase en la muerte" fue el primero. El segundo, dicen que fueron unas de sus últimas palabras, “¡Qué disgusto le voy a dar a mi madre!”.

¡Ay! Su madre. Doña Angustias. Esperando la llamada de Manuel. La llamada con la que la tranquilizaba. Esa conexión que le aseguraba que su niño estaba bien. Que todo había transcurrido con normalidad. Pero tal día como hoy, hace sesenta años, Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, no la telefoneó. Y doña Angustias, supo, sin que nadie se lo dijese, qué había ocurrido.


PD: ¿Por qué una trágica muerte convierte a un ídolo en mito? ¿Es lo ideal fallecer en el ejercicio de la profesión?

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