
“El Monstruo” entra a matar lentamente, demasiado lentamente y, cuando la espada está en el aire, en un segundo negro, el astado levanta la cabeza y, como un rayo, introduce el pitón derecho en el muslo del torero, al tiempo que el acero se hunde en el morrillo del animal. El público grita espantado por la terrible cogida del ídolo que se queja amargamente mientras es conducido a la enfermería. A pesar de todo, le premian con las dos orejas y el rabo. El propio Manuel es consciente de lo que pasa. Dos comentarios lo delatan. "De verdad Islero quería que yo le acompañase en la muerte" fue el primero. El segundo, dicen que fueron unas de sus últimas palabras, “¡Qué disgusto le voy a dar a mi madre!”.
¡Ay! Su madre. Doña Angustias. Esperando la llamada de Manuel. La llamada con la que la tranquilizaba. Esa conexión que le aseguraba que su niño estaba bien. Que todo había transcurrido con normalidad. Pero tal día como hoy, hace sesenta años, Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, no la telefoneó. Y doña Angustias, supo, sin que nadie se lo dijese, qué había ocurrido.
PD: ¿Por qué una trágica muerte convierte a un ídolo en mito? ¿Es lo ideal fallecer en el ejercicio de la profesión?
0 ingredientes:
Publicar un comentario